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martes, 21 de abril de 2020

AÑO 1854. CASA LA MINA DE GUARRINZA , EL ULTIMO REFUGIO DE LOS MILITARES SUBLEVADOS EN ZARAGOZA.


Casa La Mina y su entorno en Guarrinza. Al fondo cuartel de carabineros. Foto: Julio Soler ca.1910


En 1854 con una década ya de gobierno en España del Partido Moderado con el general Narváez a la cabeza, en lo que se denominó una dictadura "legal", estallaron las tensiones que en 1848 habían provocado distintas revoluciones por toda Europa y que en nuestro país se contuvieron por una supresión previa de las garantías constitucionales por parte de Narváez, que no consiguió sino aplazar el problema. Se produjo la revolución en junio de 1854 llamada La Vicalvarada, que dió paso al bienio progresista. Pero en Zaragoza, unos meses antes, en febrero de dicho año, se adelantó la sublevación que fue reprimida duramente. Un grupo de sublevados consiguió escapar de la ciudad y en una desesperada huida intentó llegar a Francia atravesando el Valle de Echo. Este es el relato de dichos sucesos . El artículo fue publicado en la Revista chesa Bisas del Subordán en su número 32 del año 2015.





1854. LA CASA DE LA MINA: EL ÚLTIMO REFUGIO DE LOS SUBLEVADOS DE ZARAGOZA



Isabel II de Borbón
Tras la guerra de la Independencia, la característica del sistema político español a lo largo del siglo XIX, muy especialmente durante el reinado de Isabel II, y las primeras décadas del XX lo constituye la intervención del ejército en la política. El llamado por los estudiosos pretorianismo español, que mediante pronunciamientos, levantamientos, insurrecciones, alzamientos y golpes de estado de todo tipo y signo, modificaban a favor de unas tendencias políticas e incluso a facciones de esas mismas tendencias, el orden establecido y los gobiernos constituidos, mediante la fuerza y coacción de las armas en manos de los militares.

Al frente de esos cambios políticos forzados, se situaron distintos personajes, militares de alta graduación, conocidos como los espadones, que ejercían su poder e influencia sobre una dinastía monárquica, la borbónica, débil, incapaz y corrupta, que resultó a lo largo de ése período expulsada del país hasta en dos ocasiones.

Narváez
En 1854, tras una década de gobierno del Partido Moderado que encabezado por el general Narváez había conseguido desplazar al Progresista e incluso mandar al exilio a su representante más significado, el general Espartero, ejercía el poder como Presidente del Consejo de Ministros, Luis José Sartorius, periodista autodidacta, que fundó el periódico El Heraldo, uno de los voceros más importantes del Partido Moderado. La reina Isabel II le concedió en 1848 los títulos de conde de San Luis y el de vizconde de Priego.

Jose Luis Sartorius
Sartorius, tras perder varias votaciones en el Congreso de los Diputados y el Senado, decidió disolver las cámaras y gobernar mediante decreto, así como a perseguir a los partidarios del general moderado O’Donnell y por supuesto a los progresistas, lo que unido a la corrupción generalizada en la que se desenvolvían sus partidarios y afines, provocó la insurrección generalizada conocida como Vicalvarada en junio y julio de 1854 que terminó como la Década Moderada y dio paso al Bienio Progresista.

Juan José Hore
Sin embargo, unos meses antes, en febrero de 1854, en Zaragoza se adelantaba dicha insurrección, encabezada por el brigadier Juan José Hore. El motivo de dicho adelanto no fue otro que el traslado en enero a Madrid del general Domingo Dulce, uno de los conspiradores de mayor prestigio y rango, así como el del propio Brigadier Hore a Pamplona. Este decidió adelantarse al pronunciamiento previsto, pensando que los traslados mencionados podían desbaratarlo.

El brigadier Juan José Hore, había nacido en 1818 en Panamá, donde su padre era gobernador militar y político. Muerto su padre, entró con 16 años como alférez en la Guardia Real de infantería con la que sirvió durante la primera guerra carlista en el norte, consiguiendo el grado de comandante durante el sitio de Bilbao. Contaba con 35 años y era muy conocido en Madrid donde vivían su madre y su esposa.

Hore, el 20 de febrero de 1854, el mismo día en que tenía que ser trasladado a Pamplona, se presentó en el castillo de la Aljafería, donde se pronunció, y encabezando su regimiento allí acuartelado, el Córdoba nº 10, tras encarcelar a varios oficiales que no decidieron secundarle, y dejar una guarnición con más de 300 quintos, desplegó sus tropas desde el Portillo hasta el Puente de Piedra y la Puerta del Ángel. Al mismo tiempo, unos 300 paisanos, encabezados por los tres hermanos Artal y por Eduardo Ruiz Pons, revolucionario gallego que desde el año anterior había conseguido plaza como catedrático de derecho natural en Zaragoza, y cuya vida y avatares son dignos de la mejor novela de acción, se sumaban como estaba previsto a la insurrección.

Sin embargo, la tibia e indiferente actitud de los liberales del partido progresista de Zaragoza, que no venían en la acción salvo una sustitución de unos moderados por otros, así como la rápida actuación del capitán general Felipe Ribero, que por casualidad observó a primera hora de la mañana los movimiento de los insurrectos cuando paseaba con un ayudante por una calle paralela al Salón de Santa Engracia (hoy Paseo de la Independencia) precipitó al fracaso el levantamiento.
Soldados de la época

Las fuerzas leales fueron movilizadas inmediatamente, y los regimientos de Montesa, Bailén, Borbón, Granaderos y el de Caballería, muchos de cuyos oficiales estaban en la conspiración y decidieron no secundarla, fueron desplegados con varias piezas de artillería por el Salón de Santa Engracia, la calle de Don Jaime y los alrededores de la Plaza de la Seo donde se encontraban parapetados los insurrectos.

Tras un primer enfrentamiento a las 5,30 de la tarde en la plaza de Ariño y el avance de los gubernamentales, el brigadier Hore junto con su asistente se aproximó por la calle del Pilar (dicha calle actualmente no existe; discurría desde el Pilar por enfrente de la Lonja hasta la Plaza de La Seo) a la avanzadilla del regimiento de Granaderos intentando evitar más derramamiento de sangre gritándoles: no hay que tirar que todos somos hermanos”. Un oficial de granaderos, haciendo caso omiso, mandó hacer fuego a su compañía, llegando a valerse de su espada para ser obedecido por sus soldados. Con la primera descarga, se encabritó el caballo de Hore que recibió toda la andanada cayendo muerto. Hore, herido ligeramente se levantó al tiempo que el mismo oficial mandó hacer otra descarga. Diecisiete impactos terminaron con su vida.

Antigua calle del Pilar donde cayó muerto Hore

Los sublevados mantuvieron sus posiciones hasta las once de la noche en que convencidos de su fracaso y de que la ciudad no secundaba el levantamiento, comenzaron a retirarse en orden mientras varios paisanos siguieron parapetados en el Seminario y las casas de la Plaza de la Seo, hasta que se rindieron a las cinco de la mañana del día siguiente, 21 de febrero. Esta resistencia permitió que tras un consejo de oficiales en el que se decidió replegarse y abandonar la ciudad, 400 soldados al mando del Teniente Coronel Salvador Latorre y 96 paisanos, encabezados por Eduardo Ruiz Pons, salieran de la ciudad con la intención de llegar a Francia y ponerse a salvo.

Wikiloc - Foto de Sendero circular de Mal Paso. Sierra de Santo ...
Sierra de Santo Domingo
Comenzó una carrera contra reloj para llegar hasta los puertos de Echo y cruzar la frontera, mientras eran perseguidos por varios batallones y escuadrones de caballería, por lo que eligieron un camino que dificultara a éstos el avance, y se dirigieron por Juslibol hacia la Sierra del Castellar para pasar a Castejón de Valdejasa, y de allí, a Luna y sabedores de que en Luesia había importantes fuerzas armadas esperándoles, desde Biel dieron un gran rodeo atravesando la Sierra de Santo Domingo de noche para llegar a Longás, atravesando una zona boscosa y difícil llamada Senda Mal Paso que les obligó a incendiar ramas y troncos para abrir un camino mínimamente practicable.

Cualquier otro camino que hubieran elegido, en dirección a Ejea, a Huesca, Lérida, etc. probablemente hubiera favorecido el levantamiento y apoyo de esas poblaciones donde había elementos que estaban implicados en la conspiración, pero el brigadier Hore era quien tenía todos los contactos y el teniente coronel Latorre no era un revolucionario ni había participado en la trama, siendo únicamente un militar que de la mejor forma posible pretendía sin derramamiento de sangre poner a salvo a las fuerzas a su mando en una retirada ordenada.

Fuerte del Ventorrillo. Foto archivo personal.
Desde Longás, tras un pequeño descanso, siguió la columna en dirección a Martes, con la intención de cruzar el río Aragón por el puente de dicha localidad. Sin embargo, en el pequeño fuerte del Ventorrillo situado en la margen derecha del puente, se encontraba una pequeña fuerza de carabineros, con órdenes de impedir el paso de los huidos. Latorre, a pesar de la desproporción de fuerzas a su favor, quiso impedir cualquier tipo de enfrentamiento, por lo que dio orden de ir a parlamentar a un oficial con el jefe de los carabineros. Este reiteró sus órdenes de impedirles el paso, pero al mismo tiempo les recomendó vadear el río por Bailo, adonde se dirigió la columna y descansaron.

Tras comprobar la dificultad de atravesar dicho vado, el teniente coronel dirigió su fuerza a Santa Cilia, por donde atravesaron el puente sobre el río y se encaminaron de noche a Javierregay, desde continuaron su marcha hacia Echo. En el paso del puente de Santa Cilia, el abanderado del regimiento y varios soldados desertaron presentándose a las autoridades militares de Jaca.

fotografía de De Las Heras
Una vez en Echo, se dieron unas curiosas circunstancias. Dada la tradición liberal de Los Valles, se podría haber producido un apoyo no sólo material sino seguramente insurreccional a los militares sublevados (según opinaron algunas crónicas tras la Vicalvarada y creyó el gobierno en un primer momento), pero no hubo tal. Por otro lado, los periódicos afines al gobierno, y los informes militares del momento, dieron por seguro que los habitantes del valle de Echo, se habían negado a ayudar a los rebeldes y se mantuvieron firmes en su apoyo a la autoridad legal.

Sin embargo, al parecer, la explicación era muy distinta: tras el levantamiento en Zaragoza, fueron movilizadas todas las fuerzas armadas disponibles para capturar a los huidos, y eso incluyó a todos los puestos de carabineros, con lo que quedó desguarnecida la frontera. Eso no pasó desapercibido a los contrabandistas de Los Valles, llamados en la época paqueteros, por lo que, ¡¡¡aprovecharon la circunstancia para el paso de mercancías a Francia y viceversa de forma masiva, lo que provocó la casi ausencia de personas en la villa cuando llegaron las tropas de Latorre!!!

Paqueteros chesos. Foto R. Compairé ca. 1920

Tras descansar mínimamente, les llegó la falsa noticia de que ya se veían próximas las fuerzas que iban en su persecución por lo que salieron aceleradamente del pueblo y se dirigieron a la frontera por el camino viejo de Oza. Las condiciones de la marcha pueden suponerse en un mes tradicionalmente frío y de grandes nevadas incluso en nuestra época (éste mismo año ha sido prueba de ello). Agotados, mal equipados, con la tensión del previsible enfrentamiento tanto con las tropas perseguidoras como con los carabineros del puesto de Guarrinza (no sabían que había quedado desguarnecido) y desmoralizados por la derrota y la pérdida de su jefe llegaron helados y hambrientos a refugiarse a otro caserío nombrado Venta de la Mina.

Refugio Casa La Mina
En La Mina no encontraron víveres, ni siquiera leña con la que hacer fuego, por lo que tuvieron que ir a buscarla al monte y acomodarse lo mejor que pudieron para pasar la que iba a ser la última noche antes de emprender la última jornada que los llevaría fuera de su país, a Francia.


Y es aquí donde sucedió uno de los episodios más extraños y dramáticos de toda aquella aventura. El teniente coronel Salvador Latorre, iba en la retaguardia para evitar que no se extraviara ningún soldado, acompañado de varios oficiales, entre ellos su hermano y un guía de su total confianza. A cien pasos de la Mina, les pidió a sus acompañantes que se adelantaran, lo que éstos hicieron pensando que los enviaba para prepararle alojamiento. Tras un tiempo de espera, se alarmaron por su ausencia por lo que salieron a buscarle en todas las direcciones sin encontrarlo, creyendo que habría caído por algún precipicio y se encontraba sepultado por la nieve.

Aguas Tuertas nevado
Por la mañana, antes de emprender la marcha, dejaron encendida una gran hoguera a la puerta de la Mina, por si acaso Latorre estaba perdido y conseguía así orientarse y se encaminaron hacia Aguas Tuertas con intención de cruzar a Francia por el paso del Escalé. El camino les resultó tan terrible y penoso que el comandante, varios oficiales y paisanos acabaron tendidos en la nieve agotados y pidiendo a sus compañeros que acabaran con sus vidas. Cuando más desesperados se encontraban, divisaron a un grupo de paqueteros chesos, los cuales, creyendo ser descubiertos por carabineros iniciaron la huida. Ante los gritos y señas desesperadas que les hicieron, los contrabandistas se acercaron y les auxiliaron. No solamente les dieron víveres sino que incluso transportaron a hombros hasta Francia a los más cansados.

Antes de entregarse a las autoridades francesas, dejaron las armas escondidas bajo la nieve. Acompañados de gendarmes franceses se dirigieron a Urdós, de allí a Bedous y por último a Pau, desde donde fueron repartidos y confinados en distintos puntos. El periódico El Genio de la Libertad publica en su número del 12 de marzo de 1854 noticias desde Urdós del día 6, informando de la llegada procedentes de España a la localidad, de 240 militares y 49 oficiales así como 45 paisanos todos ellos participantes en la insurrección de Zaragoza, y comenta que…esta gente ha pasado las mayores fatigas y trabajos, habiendo tenido que atravesar el Pirineo, que está cubierto de nieve, con un tiempo sumamente frío. Todos han venido sin armas, y la mayor parte descalzos…”. El resto de los que salieron de Zaragoza fueron abandonando y desertando durante el penoso camino. Hasta un total de 144 soldados de tropa se fueron entregando a las autoridades y alcaldes.

Pero el teniente coronel Latorre, no se había perdido. Muy fatigado, desilusionado y deprimido, había decidido voluntariamente abandonar la columna y probablemente continuar el sólo por su cuenta. Tras enviar a La Mina a su hermano y al resto de oficiales que le acompañaban, se refugió en una borda cercana, desde la que escuchó las llamadas de sus hombres según comentó posteriormente. En ésa misma borda fue detenido al día siguiente 27 de febrero por un oficial de carabineros al mando de una de las patrullas que hacía de avanzada de las tropas perseguidoras. Llevado a Echo, fue trasladado a Zaragoza, y el día 6 de marzo, tras un juicio sumarísimo condenado a muerte y fusilado en el Campo de Sepulcro.

Cánovas del Castillo joven.
Tras la fallida insurrección, el gobierno del conde de San Luis a pesar de sus declaraciones de normalidad, desató una ola de detenciones entre militares sospechosos de estar comprometidos en la sublevación, así como de directores de periódicos y periodistas, provocando el cierre de muchos diarios y sólo permitiendo los afines al gobierno. El general O’Donnell o el entonces joven columnista Antonio Cánovas del Castillo, fueron intensamente buscados, pero consiguieron esconderse y eludir su detención.

Además de la muerte del brigadier Hore y el fusilamiento de Latorre, entre los sublevados hubo cuatro muertos (entre ellos una mujer) y diecisiete heridos y de las fuerzas gubernamentales tres granaderos muertos, un sargento, dos artilleros y tres guardias civiles, así como dos comandantes del regimiento Borbón y 27 soldados heridos. El regimiento nº 10 Córdoba fue disuelto.

Andelmo Blaser
Luego llegaron las prebendas. El Ministro de la Guerra, Anselmo Blaser, nacido en Siresa en el valle de Echo, recompensó al capitán general D. Felipe Ribero con la gran cruz y militar orden de San Fernando. Al marqués de Santiago, coronel del regimiento de Granaderos, lo ascendió a mariscal de campo. Y después, los reales premios: la reina Isabel II, recompensó al gobernador de la provincia de Zaragoza, D. Miguel Tenorio de Castilla con la llave de gentilhombre de Cámara con ejercicio libre de todo gasto. 

Miguel Tenorio
Dicha llave debió de utilizarla con profusión, ya que varios historiadores manifiestan que no solamente fue uno de los numerosos amantes de la reina, sino incluso el padre de sus tres hijas, Pilar, Paz y Eulalia de Borbón. Y para completar el sainete, también concedió la banda de la real orden de damas nobles de la reina María Luisa a Fernandina Montenegro de Ribero y a doña Isabel Tirado de Tenorio, esposas del capitán general y del gobernador, sobre las que no hay constancia de que empuñaran las armas ni objeto alguno para contener la insurrección del 20 de febrero. Debieron de ser otros sus méritos.

Isabel II en 1875 con sus tres hijas

Cuatro meses después de estos acontecimientos, estalló la temida sublevación, que se conoce con el nombre de Vicalvarada, terminando con la década moderada y dando paso al Bienio Progresista que encabezó el general O’Donnell. Los que habían sido perseguidos, gobernaron. Hore y Latorre pasaron a convertirse en mártires patriotas, ensalzados y venerados. Regresaron los huidos, se restituyó el regimiento nº 10 Córdoba, y muchos de los que desertaron en la penosa marcha de los sublevados se presentaron al mismo reivindicando su participación en la sublevación. La reina Isabel II continuó en su puesto, de momento, en espera de nuevas sublevaciones que no tardarían en producirse, hasta su salida de España en 1868. Pero eso es ya otra historia, o mejor dicho, otro capítulo de la misma historia.
Vicalvarada. Cuadro de Ferrer-Dalmau


Antonio Martínez Valero
Mayo de 2015

































































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