Casa La Mina y su entorno en Guarrinza. Al fondo cuartel de carabineros. Foto: Julio Soler ca.1910 |
En 1854 con una década ya de gobierno en España del Partido Moderado con el general Narváez a la cabeza, en lo que se denominó una dictadura "legal", estallaron las tensiones que en 1848 habían provocado distintas revoluciones por toda Europa y que en nuestro país se contuvieron por una supresión previa de las garantías constitucionales por parte de Narváez, que no consiguió sino aplazar el problema. Se produjo la revolución en junio de 1854 llamada La Vicalvarada, que dió paso al bienio progresista. Pero en Zaragoza, unos meses antes, en febrero de dicho año, se adelantó la sublevación que fue reprimida duramente. Un grupo de sublevados consiguió escapar de la ciudad y en una desesperada huida intentó llegar a Francia atravesando el Valle de Echo. Este es el relato de dichos sucesos . El artículo fue publicado en la Revista chesa Bisas del Subordán en su número 32 del año 2015.
1854.
LA CASA DE LA MINA: EL ÚLTIMO REFUGIO DE LOS SUBLEVADOS DE ZARAGOZA
Isabel II de Borbón |
Tras
la guerra de la Independencia, la característica del sistema
político español a lo largo del siglo XIX, muy especialmente
durante el reinado de Isabel II, y las primeras décadas del XX lo
constituye la intervención del ejército en la política. El llamado
por los estudiosos pretorianismo
español, que
mediante pronunciamientos, levantamientos, insurrecciones,
alzamientos y golpes de estado de todo tipo y signo, modificaban a
favor de unas tendencias políticas e incluso a facciones de esas
mismas tendencias, el orden establecido y los gobiernos constituidos,
mediante la fuerza y coacción de las armas en manos de los
militares.
Al
frente de esos cambios políticos forzados, se situaron distintos
personajes, militares de alta graduación, conocidos como los
espadones, que
ejercían su poder e influencia sobre una dinastía monárquica, la
borbónica, débil, incapaz y corrupta, que resultó a lo largo de
ése período expulsada del país hasta en dos ocasiones.
Narváez |
En
1854, tras una década de gobierno del Partido Moderado que
encabezado por el general Narváez había conseguido desplazar al
Progresista e incluso mandar al exilio a su representante más
significado, el general Espartero, ejercía el poder como Presidente
del Consejo de Ministros, Luis José Sartorius, periodista
autodidacta, que fundó el periódico El Heraldo, uno de los voceros
más importantes del Partido Moderado. La reina Isabel II le concedió
en 1848 los títulos de conde de San Luis y el de vizconde de Priego.
Jose Luis Sartorius |
Sartorius,
tras perder varias votaciones en el Congreso de los Diputados y el
Senado, decidió disolver las cámaras y gobernar mediante decreto,
así como a perseguir a los partidarios del general moderado
O’Donnell y por supuesto a los progresistas, lo que unido a la
corrupción generalizada en la que se desenvolvían sus partidarios y
afines, provocó la insurrección generalizada conocida como
Vicalvarada
en junio y julio de 1854 que terminó como la Década Moderada y dio paso al
Bienio Progresista.
Juan José Hore |
Sin
embargo, unos meses antes, en febrero de 1854, en Zaragoza se
adelantaba dicha insurrección, encabezada por el brigadier Juan José
Hore. El motivo de dicho adelanto no fue otro que el traslado en
enero a Madrid del general Domingo Dulce, uno de los conspiradores de
mayor prestigio y rango, así como el del propio Brigadier Hore a
Pamplona. Este decidió adelantarse al pronunciamiento previsto,
pensando que los traslados mencionados podían desbaratarlo.
El
brigadier Juan José Hore, había nacido en 1818 en Panamá, donde su
padre era gobernador militar y político. Muerto su padre, entró
con 16 años como alférez en la Guardia Real de infantería con la
que sirvió durante la primera guerra carlista en el norte,
consiguiendo el grado de comandante durante el sitio de Bilbao.
Contaba con 35 años y era muy conocido en Madrid donde vivían su
madre y su esposa.
Hore,
el 20 de febrero de 1854, el mismo día en que tenía que ser
trasladado a Pamplona, se presentó en el castillo de la Aljafería,
donde se pronunció,
y encabezando su regimiento allí acuartelado, el Córdoba nº 10,
tras encarcelar a varios oficiales que no decidieron secundarle, y
dejar una guarnición con más de 300 quintos, desplegó sus tropas
desde el Portillo hasta el Puente de Piedra y la Puerta del Ángel.
Al mismo tiempo, unos 300 paisanos, encabezados por los tres hermanos
Artal y por Eduardo Ruiz Pons, revolucionario gallego que desde el
año anterior había conseguido plaza como catedrático de derecho
natural en Zaragoza, y cuya vida y avatares son dignos de la mejor
novela de acción, se sumaban como estaba previsto a la insurrección.
Sin
embargo, la tibia e indiferente actitud de los liberales del partido
progresista de Zaragoza, que no venían en la acción salvo una
sustitución de unos moderados por otros, así como la rápida
actuación del capitán general Felipe Ribero, que por casualidad
observó a primera hora de la mañana los movimiento de los
insurrectos cuando paseaba con un ayudante por una calle paralela al
Salón de Santa Engracia (hoy Paseo de la Independencia) precipitó
al fracaso el levantamiento.
Soldados de la época |
Las
fuerzas leales fueron movilizadas inmediatamente, y los regimientos
de Montesa, Bailén, Borbón, Granaderos y el de Caballería, muchos
de cuyos oficiales estaban en la conspiración y decidieron no
secundarla, fueron desplegados con varias piezas de artillería por
el Salón de Santa Engracia, la calle de Don Jaime y los alrededores
de la Plaza de la Seo donde se encontraban parapetados los
insurrectos.
Tras
un primer enfrentamiento a las 5,30 de la tarde en la plaza de Ariño
y el avance de los gubernamentales, el brigadier Hore junto con su
asistente se aproximó por la calle del Pilar (dicha calle
actualmente no existe; discurría desde el Pilar por enfrente de la
Lonja hasta la Plaza de La Seo) a la avanzadilla del regimiento de
Granaderos intentando evitar más derramamiento de sangre
gritándoles: “no
hay que tirar que todos somos hermanos”.
Un oficial de granaderos, haciendo caso omiso, mandó hacer fuego a
su compañía, llegando a valerse de su espada para ser obedecido por
sus soldados. Con la primera descarga, se encabritó el caballo de
Hore que recibió toda la andanada cayendo muerto. Hore, herido
ligeramente se levantó al tiempo que el mismo oficial mandó hacer
otra descarga. Diecisiete impactos terminaron con su vida.
Antigua calle del Pilar donde cayó muerto Hore |
Los
sublevados mantuvieron sus posiciones hasta las once de la noche en
que convencidos de su fracaso y de que la ciudad no secundaba el
levantamiento, comenzaron a retirarse en orden mientras varios
paisanos siguieron parapetados en el Seminario y las casas de la
Plaza de la Seo, hasta que se rindieron a las cinco de la mañana del
día siguiente, 21 de febrero. Esta resistencia permitió que tras un
consejo de oficiales en el que se decidió replegarse y abandonar la
ciudad, 400 soldados al mando del Teniente Coronel Salvador Latorre y
96 paisanos, encabezados por Eduardo Ruiz Pons, salieran de la ciudad
con la intención de llegar a Francia y ponerse a salvo.
Sierra de Santo Domingo |
Comenzó
una carrera contra reloj para llegar hasta los puertos de Echo y
cruzar la frontera, mientras eran perseguidos por varios batallones y
escuadrones de caballería, por lo que eligieron un camino que
dificultara a éstos el avance, y se dirigieron por Juslibol hacia
la Sierra del Castellar para pasar a Castejón de Valdejasa, y de
allí, a Luna y sabedores de que en Luesia había importantes fuerzas
armadas esperándoles, desde Biel dieron un gran rodeo atravesando la
Sierra de Santo Domingo de noche para llegar a Longás, atravesando
una zona boscosa y difícil llamada Senda Mal Paso que les obligó a
incendiar ramas y troncos para abrir un camino mínimamente
practicable.
Cualquier
otro camino que hubieran elegido, en dirección a Ejea, a Huesca,
Lérida, etc. probablemente hubiera favorecido el levantamiento y
apoyo de esas poblaciones donde había elementos que estaban
implicados en la conspiración, pero el brigadier Hore era quien
tenía todos los contactos y el teniente coronel Latorre no era un
revolucionario ni había participado en la trama, siendo únicamente
un militar que de la mejor forma posible pretendía sin derramamiento
de sangre poner a salvo a las fuerzas a su mando en una retirada
ordenada.
Fuerte del Ventorrillo. Foto archivo personal. |
Desde
Longás, tras un pequeño descanso, siguió la columna en dirección
a Martes, con la intención de cruzar el río Aragón por el puente
de dicha localidad. Sin embargo, en el pequeño fuerte del
Ventorrillo situado en la margen derecha del puente, se encontraba
una pequeña fuerza de carabineros, con órdenes de impedir el paso
de los huidos. Latorre, a pesar de la desproporción de fuerzas a su
favor, quiso impedir cualquier tipo de enfrentamiento, por lo que dio
orden de ir a parlamentar a un oficial con el jefe de los
carabineros. Este reiteró sus órdenes de impedirles el paso, pero
al mismo tiempo les recomendó vadear el río por Bailo, adonde se
dirigió la columna y descansaron.
Tras
comprobar la dificultad de atravesar dicho vado, el teniente coronel
dirigió su fuerza a Santa Cilia, por donde atravesaron el puente
sobre el río y se encaminaron de noche a Javierregay, desde
continuaron su marcha hacia Echo. En el paso del puente de Santa
Cilia, el abanderado del regimiento y varios soldados desertaron
presentándose a las autoridades militares de Jaca.
fotografía de De Las Heras |
Una
vez en Echo, se dieron unas curiosas circunstancias. Dada la
tradición liberal de Los Valles, se podría haber producido un apoyo
no sólo material sino seguramente insurreccional a los militares
sublevados (según opinaron algunas crónicas tras la Vicalvarada y
creyó el gobierno en un primer momento), pero no hubo tal. Por otro
lado, los periódicos afines al gobierno, y los informes militares
del momento, dieron por seguro que los habitantes del valle de Echo,
se habían negado a ayudar a los rebeldes y se mantuvieron firmes en
su apoyo a la autoridad legal.
Sin
embargo, al parecer, la explicación era muy distinta: tras el
levantamiento en Zaragoza, fueron movilizadas todas las fuerzas
armadas disponibles para capturar a los huidos, y eso incluyó a
todos los puestos de carabineros, con lo que quedó desguarnecida la
frontera. Eso no pasó desapercibido a los contrabandistas de Los
Valles, llamados en la época paqueteros,
por lo que, ¡¡¡aprovecharon la circunstancia para el paso de
mercancías a Francia y viceversa de forma masiva, lo que provocó la
casi ausencia de personas en la villa cuando llegaron las tropas de
Latorre!!!
Tras
descansar mínimamente, les llegó la falsa noticia de que ya se
veían próximas las fuerzas que iban en su persecución por lo que
salieron aceleradamente del pueblo y se dirigieron a la frontera por
el camino viejo de Oza. Las condiciones de la marcha pueden suponerse
en un mes tradicionalmente frío y de grandes nevadas incluso en
nuestra época (éste mismo año ha sido prueba de ello). Agotados,
mal equipados, con la tensión del previsible enfrentamiento tanto
con las tropas perseguidoras como con los carabineros del puesto de
Guarrinza (no sabían que había quedado desguarnecido) y
desmoralizados por la derrota y la pérdida de su jefe llegaron
helados y hambrientos a refugiarse a otro caserío
nombrado Venta de la Mina.
Refugio Casa La Mina |
En
La Mina no encontraron víveres, ni siquiera leña con la que hacer
fuego, por lo que tuvieron que ir a buscarla al monte y acomodarse lo
mejor que pudieron para pasar la que iba a ser la última noche antes
de emprender la última jornada que los llevaría fuera de su país,
a Francia.
Y
es aquí donde sucedió uno de los episodios más extraños y
dramáticos de toda aquella aventura. El teniente coronel Salvador
Latorre, iba en la retaguardia para evitar que no se extraviara
ningún soldado, acompañado de varios oficiales, entre ellos su
hermano y un guía de su total confianza. A cien pasos de la Mina,
les pidió a sus acompañantes que se adelantaran, lo que éstos
hicieron pensando que los enviaba para prepararle alojamiento. Tras
un tiempo de espera, se alarmaron por su ausencia por lo que salieron
a buscarle en todas las direcciones sin encontrarlo, creyendo que
habría caído por algún precipicio y se encontraba sepultado por la
nieve.
Aguas Tuertas nevado |
Por
la mañana, antes de emprender la marcha, dejaron encendida una gran
hoguera a la puerta de la Mina, por si acaso Latorre estaba perdido y
conseguía así orientarse y se encaminaron hacia Aguas Tuertas con
intención de cruzar a Francia por el paso del Escalé. El camino les
resultó tan terrible y penoso que el comandante, varios oficiales y
paisanos acabaron tendidos en la nieve agotados y pidiendo a sus
compañeros que acabaran con sus vidas. Cuando más desesperados se
encontraban, divisaron a un grupo de paqueteros
chesos, los cuales,
creyendo ser descubiertos por carabineros iniciaron la huida. Ante
los gritos y señas desesperadas que les hicieron, los
contrabandistas se acercaron y les auxiliaron. No solamente les
dieron víveres sino que incluso transportaron a hombros hasta
Francia a los más cansados.
Antes
de entregarse a las autoridades francesas, dejaron las armas
escondidas bajo la nieve. Acompañados de gendarmes franceses se
dirigieron a Urdós, de allí a Bedous y por último a Pau, desde
donde fueron repartidos y confinados en distintos puntos. El
periódico El Genio
de la Libertad publica
en su número del 12 de marzo de 1854 noticias desde Urdós del día
6, informando de la llegada procedentes de España a la localidad, de
240 militares y 49 oficiales así como 45 paisanos todos ellos
participantes en la insurrección de Zaragoza, y comenta que…”esta
gente ha pasado las mayores fatigas y trabajos, habiendo tenido que
atravesar el Pirineo, que está cubierto de nieve, con un tiempo
sumamente frío. Todos han venido sin armas, y la mayor parte
descalzos…”. El
resto de los que salieron de Zaragoza fueron abandonando y desertando
durante el penoso camino. Hasta un total de 144 soldados de tropa se
fueron entregando a las autoridades y alcaldes.
Pero
el teniente coronel Latorre, no se había perdido. Muy fatigado,
desilusionado y deprimido, había decidido voluntariamente abandonar
la columna y probablemente continuar el sólo por su cuenta. Tras
enviar a La Mina a su hermano y al resto de oficiales que le
acompañaban, se refugió en una borda cercana, desde la que escuchó
las llamadas de sus hombres según comentó posteriormente. En ésa
misma borda fue detenido al día siguiente 27 de febrero por un
oficial de carabineros al mando de una de las patrullas que hacía de
avanzada de las tropas perseguidoras. Llevado a Echo, fue trasladado
a Zaragoza, y el día 6 de marzo, tras un juicio sumarísimo
condenado a muerte y fusilado en el Campo de Sepulcro.
Cánovas del Castillo joven. |
Tras
la fallida insurrección, el gobierno del conde de San Luis a pesar
de sus declaraciones de normalidad, desató una ola de detenciones
entre militares sospechosos de estar comprometidos en la sublevación,
así como de directores de periódicos y periodistas, provocando el
cierre de muchos diarios y sólo permitiendo los afines al gobierno.
El general O’Donnell o el entonces joven columnista Antonio Cánovas
del Castillo, fueron intensamente buscados, pero consiguieron
esconderse y eludir su detención.
Además
de la muerte del brigadier Hore y el fusilamiento de Latorre, entre
los sublevados hubo cuatro muertos (entre ellos una mujer) y
diecisiete heridos y de las fuerzas gubernamentales tres granaderos
muertos, un sargento, dos artilleros y tres guardias civiles, así
como dos comandantes del regimiento Borbón y 27 soldados heridos. El
regimiento nº 10 Córdoba fue disuelto.
Andelmo Blaser |
Luego
llegaron las prebendas. El Ministro de la Guerra, Anselmo Blaser,
nacido en Siresa en el valle de Echo, recompensó al capitán general
D. Felipe Ribero con la gran cruz y militar orden de San Fernando. Al
marqués de Santiago, coronel del regimiento de Granaderos, lo
ascendió a mariscal de campo. Y después, los reales premios: la
reina Isabel II, recompensó al gobernador de la provincia de
Zaragoza, D. Miguel Tenorio de Castilla con la
llave de gentilhombre de Cámara con ejercicio libre de todo gasto.
Miguel Tenorio |
Dicha llave debió
de utilizarla con profusión, ya que varios historiadores manifiestan
que no solamente fue uno de los numerosos amantes de la reina, sino
incluso el padre de sus tres hijas, Pilar, Paz y Eulalia de Borbón.
Y para completar el sainete, también concedió la
banda de la real orden de damas nobles de la reina María Luisa
a Fernandina Montenegro de Ribero y a doña Isabel Tirado de Tenorio,
esposas del capitán general y del gobernador, sobre las que no hay
constancia de que empuñaran las armas ni objeto alguno para contener
la insurrección del 20 de febrero. Debieron de ser otros sus
méritos.
Cuatro
meses después de estos acontecimientos, estalló la temida
sublevación, que se conoce con el nombre de Vicalvarada, terminando
con la década moderada y dando paso al Bienio Progresista que
encabezó el general O’Donnell. Los que habían sido perseguidos,
gobernaron. Hore y Latorre pasaron a convertirse en mártires
patriotas, ensalzados y venerados. Regresaron los huidos, se
restituyó el regimiento nº 10 Córdoba, y muchos de los que
desertaron en la penosa marcha de los sublevados se presentaron al
mismo reivindicando su participación en la sublevación. La reina
Isabel II continuó en su puesto, de momento, en espera de nuevas
sublevaciones que no tardarían en producirse, hasta su salida de
España en 1868. Pero eso es ya otra historia, o mejor dicho, otro
capítulo de la misma historia.
Vicalvarada. Cuadro de Ferrer-Dalmau |
Antonio
Martínez Valero
Mayo
de 2015
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