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domingo, 17 de octubre de 2021

CRÓNICA DE UNA PARTIDA FRANCESA DE CAZA EN LA SELVA DE OZA, EN EL VERANO DE 1869 (PRIMERA PARTE)

 



El texto traducido y  comentado a continuación fue publicado por primera vez en 1872 en París como parte de un libro con el título (traducido) de A propósito de la caza del sarrio, del oso y del jabalí, en una primera edición de 250 ejemplares  y en él su autor, Achille Fourquier relataba sus cacerías efectuadas en el Pirineo español y particularmente en el aragonés, entre 1864 y 1870.

El capítulo que hace referencia a la cacería realizada en el verano de 1869 en la Selva de Oza, ocupa 46 páginas que por su interés iré publicando en el blog en las próximas semanas hasta completarlo. A pesar de su extensión, he creído importante incluirlo entero. 

No sólo hay una descripción detallada de la expedición de caza de un conjunto de señoritos franceses sino que la misma se produce en un momento crucial en la historia de nuestro país, a un año de la Revolución Gloriosa que expulsó (nuevamente) de España a la dinastía de los borbones en la persona de Isabel II y a un mes de un nuevo intento de sublevación contra el Gobierno Provisional por parte de la rama carlista de la misma dinastía para hacerse con el poder.

Gobierno provisional tras la Revolución Gloriosa


Esta situación política sobrevuela el relato que incluye una maravillosa descripción del paisaje y de la fauna y la flora de la Selva de Oza. De la presencia de contrabandistas, pastores y carabineros. Espero que aquellos que lo lean lo disfruten de la misma forma que yo lo he hecho al tiempo que disculpan los errores cometidos en la traducción solamente achacables a mi ignorancia. He respetado la toponimia en francés de los montes y lugares que se describen, sólo como curiosidad, y he incluido junto a ellos la denominación actual española. 

Respecto a su autor, Achille Fouquier,  nació en Rouen (Seine-Maritime) el 21 de febrero de 1817. Ingeniero de minas, es autor de varias memorias de viaje y libros sobre España, África del Norte y los Balcanes. Vivió en nuestro país. tradujo y publicó en Francia a Gustavo Adolfo Bécquer, el Don Juan Tenorio de Zorrilla así como prologó los libros de otros autores españoles. Fue alcalde de San Juan de Luz (Pirineos Atlánticos . Francia). Falleció en 1895

Achille Fouquier

Su pasión por la caza quedó reflejada en el libro del que he extraído el capítulo sobre la caza en Oza. Ha sido editado por primera vez en español en 2006 en edición de lujo limitada a 300 ejemplares para socios por la Editorial La Trebere.

El título original del capítulo es:

Une légende du pays basque.- Campement dans la forêt d'Ossa (Oza). -Sinistres rumeurs.-Succès inespéré au Castillo de la Cher (Acher) — Illuminations.— Les contrebandiers.— Les isards fous d'amour. — La tombola.


Felices aquellos a quienes la esperanza nunca abandona; ignoran los vanos lamentos, y lo mejor de sus vidas se dedican a hacer y rehacer proyectos trastocados por elementos imprevistos. Más felices aún los que salen templados y no abatidos por las pruebas que han tenido que pasar. Estas máximas llenas de sabiduría y filosofía son más fácil de formular que de poner en práctica, y no sé hasta qué punto fueron seguidas por mis compañeros de caza cuando, en 1868, tuvieron que rendirse, como yo, para partir hacia la montaña.

Dejando la meseta de Olibón, donde durante cuatro años consecutivos habíamos llevado con éxito la vida que buscaba esbozar en las páginas anteriores, nos habíamos prometido, se recordará, ir el año siguiente a otros parajes ; pero, perseguidos los unos y los otros por un destino contrario, todo nuestro entusiasmo se había paralizado . Solo se salvó Darralde , y solo se dispuso a explorar una tierra desconocida para todos nosotros. Este atrevido intento logró encendernos el deseo de recomenzar la misma expedición pero con mejores condiciones para el éxito, es decir con una plantilla más numerosa que la que habíamos dispuesto.

Mistresa . Al fondo Sierra Benera y Olibon


(Cuando menciona la meseta de Olibón se está refiriendo a lo que hoy llamamos el Valle de los Sarrios y el llano de Mistresa entre el monte Bisaurín y la Sierra Bernera cuyo pico culminante es el Olibón, donde durante los años anteriores habían realizado cacerías) (Darralde era Eugène Darralde, hijo del doctor del mismo apellido que gestionaba el entonces famoso balneario de Eaux-Bonnes al que acudía la emperatriz Eugenia de Montijo y la actriz Sara Bernhard, así como el pintor Eugène Delacroix con quien tuvo íntima amistad. Eugène Darralde falleció en 1888 y además de numerosas obras de arte que había ido coleccionando a lo largo de su vida, legó toda su fortuna para la construcción de un orfanato)

 Querríamos haber reunido a toda la vieja falange de Olibón, pero sólo nosotros, Durand y yo, éramos los únicos que le acompañamos. Auribeau con mucho gusto hubiera dejado su prefectura para venir con nosotros , si la gravedad de los acontecimientos políticos le hubiera permitido alejarse de Amiens, donde había sido llamado. Manescau tuvo un momento de debilidad que nos privó, para nuestro gran pesar, de un alegre compañero . Dos reclutas, Ferdinand Carrère y un joven oficial de caballería, reemplazaron a los desertores y completaron nuestra pequeña banda. ( M. Auribeau tenía el cargo de Prefecto, equivalente a Gobernador)

El 15 de julio de 1869 nos reunimos en Olorón para encaminarnos todos juntos hacia el bosque de Ossa, (Oza) ubicado en la vertiente sur de los Pirineos, en la provincia de Huesca, dependiente de la capitanía general de Aragón. En lugar de subir por el Gave d'Aspe hacia su nacimiento , como habíamos hecho anteriormente, fuimos por su orilla y por el camino imperial hasta el lugar donde se bifurca el camino a Lescún.

El sol aún no había alcanzado el fondo del valle cuando nos encontramos en el sitio designado con los hombres, mujeres, caballos, mulas y burros con los que nosotros y nuestro equipaje debíamos alcanzar nuestro campamento.

Esperábamos encontrar muchos ciervos en el bosque; para ahuyentarlos, Darralde y Carrère llevaban sus perros escoltados por sus respectivos “piquers” (criados que acompañan y dirigen a los perros)(perreros)  . Un cocinero, un peón y ocho de nuestros viejos batidores (resacadores) los más intrépidos de todos, completaban nuestro equipo.


Repaso con infinito placer a todas estas valientes personas que acudieron con entusiasmo
nuestra llamada, y felicito calurosamente a Lamazou de Borce por sus recientes hazañas, porque a principios de la primavera había tenido el placer de matar a su noveno oso.(Este famoso cazador de osos alcanzó a su muerte el record de 21 osos cazados. Tuvo la desgracia de ver morir a un sobrino suyo atacado por un oso en una de las muchas cacerías en las que participó) Tiendas y diversos efectos, así como las provisiones de boca pronto fueron cargadas, y no pasó mucho tiempo antes de que nuestra caravana se desplegara por los senderos de la montaña, bordeando éste lugar de hermosos árboles y ordenados cultivos.

Un poco antes de llegar a Lescún, descubrimos la cumbre afilada y cónica del pico de Anie, llamado por los vascos ahuha mendi (Auñamendi) (la montaña de los sarrios). Este pico, que domina parte del país ocupado por este pueblo primitivo, se cubre cada invierno de nieves que el calor del verano no consigue derretir sino imperfectamente; de ahí sin duda el origen de una de sus bonitas leyendas.

De hecho, los viejos cuentan que el hada Maithegarria  (el hada amable y buena) vive en la cima de la montaña, en un palacio de plata todo él resplandeciente y brillante, y nunca sale de su casa mas que para fertilizar la naturaleza y hacer crecer las cosechas.

Lescún. A la dcha. Anie

(Según el sacerdote y antropólogo José Miguel de Barandiarán, allí habita una divinidad femenina con poder para convocar tempestades llamada Yona Gorri por su vestimenta color rojo fuego. Pío Baroja recoge una segunda  leyenda sobre la montaña de Auñamendi donde se cree que habita un hada benéfica llamada Maithagarri o Maitagarri dentro de un magnífico palacio con jardines mágicos que se enamoró del apuesto pastor Luzaide)

Prados, campos de trigo y maíz se divisan como casillas de un tablero de ajedrez alrededor de las pequeñas colinas que rodean el pueblo de Lescun. Se encuentran en el límite de la vegetación de cereales, porque basta, al dejarlo, recorrer unas pocas decenas de metros para encontrar un terreno poblado de abetos y hayas.

Toda la población, emocionada al acercarnos, nos miraba con asombro. Después de una breve parada en casa del alcalde, que quería encargarse por unos días de ser nuestro último anfitrión en el mundo civilizado, partimos de nuevo, llevando en nuestros sombreros u ojales las rosas con que la bondad de la señora alcaldesa nos había gratificado.

Recordemos de paso que los ancianos del pueblo todavía hablan con orgullo, en la vigilia, de una bella hazaña de armas realizada en 1794 por los voluntarios Bearneses del valle de Aspe, (se refiere a la Batalla de Lescún, de incierto resultado para las tropas españolas que combatían a la Convención y en la que participaron numerosos chesos) unidos a la gente de Lescun. Comandados por Laclède de Bedous, hicieron retroceder a 6.000 españoles que quisieron invadir el pueblo. La rica imaginación de los meridionales sabe pintar estos hechos con colores que entretienen y mantienen entre ellos una gran animosidad contra sus vecinos de España.



Llegamos sanos y salvos al collado de Echo, dejando a nuestra derecha la Mesa de Los Tres Reyes, montaña llamada así porque sirve de límite para Francia, Aragón y Navarra. Después de cruzar la frontera, alcanzamos, por un largo descenso bastante difícil, La Mina, una especie de posada a la antigua moda española, donde el anfitrión, el guapo Mathias, tiene poco que ofrecer a los viajeros o a los contrabandistas que vienen a descansar en su casa mas que las cuatro paredes de su pobre cuartel, triste refugio que estamos felices de encontrar, sin embargo, cuando la tormenta se desata.

Mathias tiene a su sobrina con él, doncella cuya cara bonita y fresca deleitaría los ojos, si uno no tuviera el corazón movido por la tristeza mientras pensaba que a menudo un velo espeso oscurece la razón de esa pobre chica. La Mina está en el borde del bosque que nosotros íbamos a explorar y continuamos nuestro viaje mientras admirábamos, a cada paso, los abetos centenarios que encontrábamos; alcanzan proporciones gigantescas y se yerguen como enormes columnas adornadas con ramas y follaje.

La Mina. Fotografía de J. Soler c. 1910


Desde el puente de Lescun hasta el campamento habíamos caminado casi siete horas. Durante este largo viaje el buen humor de las muchachas que guiaban nuestras mulas no había disminuído ni un sólo un momento. Estas jóvenes y vigorosas montañesas tienen un carácter alegre, fácil; pero para ponernos de buen humor, ver sus dientes blancos y prolijos, hay que hablar con ellas el dialecto gascón, porque no entienden mas que unas pocas palabras de francés.

Sería imposible imaginar nada más pintoresco o más grandioso que el paisaje en medio del cual íbamos a acampar. Un afluente del Río Aragón fluye al fondo de un vasto anfiteatro de varios kilómetros de diámetro; en sus dos orillas se extienden ricos pastos en pendientes suaves; aquí y allá, como para embellecerlos, la naturaleza ha dispersado grupos de pinos, abetos y hayas, ramas de acebo, boj y rosa mosqueta, entonces en plena floración; todo está tan hermosamente dispuesto
que se está tentado de ver en él las sabias combinaciones del más hábil diseñador de parques.

Un cinturón ancho y grueso de maderas se extiende por las laderas de las montañas. Por encima del bosque , tierras y rocas de un rojo intenso están coronadas por inmensos escarpes de piedra caliza blanca, conocidos con los nombres de Castillo de la Cher, (Acher) la montaña de Secours (Secús), Pena Fourque (Peña Forca) y otros. Esperaba acercarme a ellos pronto para atacar
a los sarrios que allí se refugian.

Montamos nuestras tiendas a la sombra de grandes árboles  , cerca de un claro, algunos metros por encima del lecho del torrente, no lejos de una corriente de aguas puras, frescas y límpidas.

La cocina estaba construida con grandes piedras. Se talaron árboles enteros para alimentar el fuego; dos o tres horas después de nuestra llegada un orden relativo reinaba en nuestro campamento: habíamos completado nuestros pequeños alojamientos interiores, atado los perros a las estacas, así como a los pollos, de los que nos habíamos abastecido para esperar el momento en el que podríamos vivir de nuestra caza.

Hasta ahora todo iba bien, pero no estábamos absolutamente tranquilos sobre el día siguiente.

El año anterior una gran revolución había estallado en España. La reina Isabel, el último de los Borbones coronados, fué expulsada de su reino, y se había refugiado en Francia. En medio de todos los partidos que socavaban a un gobierno mal asentado, los carlistas se agitaban para intentar un nuevo esfuerzo. En Bayona y Saint-Jean-de-Luz solo se hablaba de sus conspiraciones, y se esperaba de un día para otro ver a sus bandas invadir la frontera. Entrar en España en tales circunstancias, ¿qué bienvenida íbamos a recibir allí? Nosotros éramos diecisiete, todos armados, ¿podrían tomarnos por la vanguardia de una tropa más numerosa?. Las autoridades vecinas, engañadas por informes falsos, ¿se creerían seriamente amenazadas? Las escuadras de los carabineros, que se mueven constantemente en estas montañas, ¿Nos dejarían cazar en paz?

Para disipar los miedos de que podríamos inspirar y tranquilizarnos, nosotros mismos, portábamos una carta del mariscal Prim y otra de Su Excelencia el Ministro del Interior, Sr. Sagasta. Ambos nos autorizaban a cazar en las montañas de Aragón y llevábamos otra para el Sr. Gobernador de la provincia, previniéndolo de nuestra llegada. Este aviso, descuidado momentáneamente, podría ocasionarnos muchos problemas. En cuanto a los carlistas, si aparecían, lo que no era muy probable porque tenían falta de apoyo en Aragón, confiábamos en desarrollar un poco de diplomacia para hacer amigos.

Sagasta
Prim



                 
Estábamos en la época del año en que los rebaños de ovejas, vacas, bueyes y toros invaden la montaña. Varios pastores que los guiaban vinieron a ver nuestro campamento; se les hizo hablar. Unos nos confirmaron la presencia en los alrededores de una banda de ladrones de la que ya habíamos oído hablar. Otros nos señalaron las zonas en el bosque frecuentadas por los osos. Por la tarde, al anochecer, oímos varios disparos de fusil. ¿Quién podría haberlos tirado? Los carlistas, carabineros, contrabandistas o ¿los ladrones? Se notó una cierta preocupación en las caras de aquellos de nosotros que no habían conocido sino la vida normal del hogar doméstico, y divertía enormemente a los viejos veteranos de situaciones similares; incluso admitamos que se complacieron mucho en explicar de la manera más siniestra todo lo que eso tenía de inusual.

Si los perros aullaban, el oso se acercaba; Si un pastor disparaba en la espesura, era uno de los bandidos que iba a buscar a sus cómplices; a los tiros que resonaban, toda la banda se acercaba; añadir a estos temas la emoción los toros de lidia que pasaban a pocos pasos de las tiendas, las moscas obscenas que zumbaban en nuestros oídos, los escorpiones que encontrábamos o podíamos haber encontrado, los insectos que nos picaban bien y mucho y veréis la figura de un honesto y pacífico burgués caído en semejante trampa.

La noche, a pesar de todo, pasó tranquila, y por la mañana salimos para la caza. Había que cazar ciervos para alimentarnos a nosotros y a nuestro grupo. Los alrededores fueron batidos en vano; los perros ladraban en pistas antiguas en las que se perdieron enseguida, y pasó el día sin darle a nadie la ocasión de dar un sólo disparo de fusil: habíamos "hecho un arbusto hueco"(expresión que significa no haber tenido éxito en la búsqueda).



El rostro de Darralde, el promotor de la expedición, se ensombreció, tanto más cuanto que no recibimos información que pudiera reavivar sus esperanzas y las nuestras. En efecto, pues sabíamos que, durante el invierno, el guapo Mathias, el hombre de La Mina, había matado a dieciocho ciervos siguiéndolos por el sendero en la nieve. ¿Quedaba todavía algo después de tal matanza? Otra decepción se sumó al fracaso de la caza. La trucha, muy abundante en el río el año anterior, había desaparecido, se dijo, después de grandes inundaciones debido a un deshielo demasiado repentino; el hecho es que intentamos pescarlas infructuosamente.

Nuestros rastreadores , de dos pueblos diferentes, se encontraban divididos en dos bandos, según su origen,y la sorda rivalidad que se estaba gestando en sus corazones estalló como resultado de este comienzo sombrío. Lapassade y Lamazou (otro Lamazou que aquél del que tanto se ha hablado ya), representando al grupo de Lescun, tuvo que plantar cara a todos los demás, gente de Urdos, que no perdonaban ni bromas ni reproches.

¿Por qué nos habíamos arrastrado lejos de Bernera, donde habríamos estado seguros de tener éxito? ¿Dónde estaban estos ciervos, estos sarrios, esas truchas de las que hablaban desde hacía tanto tiempo? Se defendieron lo mejor que pudieron y podrían haber dicho con razón: quién ría el último, reirá mejor ; pero el futuro estaba lleno de incertidumbre, y todavía no se atrevían a alzar la voz. Acampados mucho más bajo que en Olibón, era necesario subir más y con más inconvenientes para llegar a las últimas alturas donde se encuentran los sarrios; Por otro lado, sería suficiente, por así decir, con poner un pie fuera de nuestras tiendas para encontrar ciervos. Alternando estas dos cacerías podríamos descansar de una a otra; pero esta feliz combinación se volvería ilusoria si el ciervo hubiera desaparecido.

Dibujo de Acher por Fouquier que aparece en el libro


El Castillo de la Cher (Acher), una de las más altas montañas entre las que nos rodean, tiene una forma muy peculiar: se eleva como un cono truncado terminado por una poderosa capa de piedra caliza, que presenta por todos lados sólo escarpes verticales. Cinco o seis chimeneas de difícil acceso, excavadas por el tiempo en este muro más que ciclópeo, permiten llegar a su cima, la cual parece el interior de un libro abierto colocado torcido sobre un escritorio, lo que puede dar una idea bastante precisa de su aspecto. Esta fortaleza natural debe de tener, al menos yo me imagino, alguna analogía con la de Magdala donde el orgullo presuntuoso del emperador Theodoro pensó que podía desafiar con seguridad la ira de Inglaterra.

(Se refiere a Teodoro II negus de Abisinia que en 1866 tras encarcelar al cónsul inglés y a otros europeos provocó una expedición militar británica con más de 32.000 soldados que lo derrotó en la Batalla de Magdala , una fortaleza natural con la que Fouquier compara al Castillo de Acher. Teodoro se suicidó al verse derrotado. Esto sucedía el año anterior, 1868, a la expedición de Oza)......

Fortaleza de Magdala en Abisinia



(EL RELATO CONTINUARÁ EN LAS PRÓXIMAS ENTRADAS DEL BLOG)







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