El argumento de ésta historia, es sencillo y a la vez muy revelador de los usos y costumbres de aquellos lejanos tiempos del recién comenzado siglo XIX. Un caballero cheso, cuyo nombre no aparece nunca en los documentos citados, se encuentra en litigio con los monjes del poderoso Monasterio de San Juan de la Peña por la propiedad de la Pardina de Casanueva, y su abogado, Pedro de Silves, famoso jurista aragonés, en su defensa alega la falsedad del documento pinatense que los monjes presentan para defender su pretensión, basándose en la opinión al respecto del historiador y sacerdote jesuita Juan Francisco Masdeu, opinión que es contestada y discutida por el monje benedictino y también historiador, el jacetano Andrés Casaus y Torres.
Para conocer los hechos, nada mejor que ir a los textos escritos por los propios protagonistas de la misma. Comenzaremos por lo que publica en su Historia Critica de España y de la Cultura Española. Tomo XX. Libro I . Impreso en Madrid en 1805 el jesuíta Juan Francisco Masdeu:
DEFENSA
De algunas verdades amargas contra el archivo de San Juan de la Peña
La Pardina de Casanueva, heredad muy rica, poseída tranquilamente por un caballero de la villa de Hecho, y pretendida ahora por los reverendos monges de San Juan de la Peña, ha dado motivo a un pleyto, que se agita actualmente en la real Audiencia de Zaragoza. Por una parte el monasterio ha fundado sus razones sobre un diploma de donación, firmado por el rey Don Sancho Ramírez en la era de 1128, año de Jesu-Christo de 1090; y por otra el señor Don Pedro de Silves, abogado de la parte contraria, teniendo presente lo que yo he escrito en mi historia contra el archivo Pinnatense, ha sospechado de la legitimidad de dicho instrumento, que es en el que ponen los monges toda el áncora de su esperanza.

Monjes en el claustro de San Juan de la Peña. Imagen con IA
Hallándose el monasterio en tan peligroso apuro, el M.R.P.D. Fray Andrés de Casaús y Torres ha salido a la defensa de su casa y de sus pergaminos, publicando en Zaragoza con fecha 3 de diciembre de 1800 un impreso de treinta y nueve llanas con el título de Carta de un aragonés, en la qual, aunque no me nombra, se desahoga contra mí con mucha amargura; como si la insubsistencia de las pretensiones de su monasterio no dependiera de la flaqueza de sus cimientos, sino de la ingenuidad, con que he hablado de ellos en mi historia. Voy a defenderme según mi costumbre, y con mi método ordinario, comunicando al público sus quejas; y satisfaciendo con mis respuestas. Lo haré con la mayor concisión y economía de tiempo, comprehendiendo en quatro artículos los quatro asuntos de su carta; y si algo más se me ofreciere después de ellos, remacharé el clavo como me viniere.
Antes de dar voz a la parte contraria y de volver a los argumentos del jesuita, veamos unos cuantos datos informativos:
En primer lugar, recordar que en Aragón, una pardina es una explotación rural agrícola y ganadera, generalmente de gran extensión, donde normalmente con anterioridad hubo una población y que se encuentra despoblada. La pardina del litigio, nombrada como de Casanueva (topónimo que aparece también en distintos puntos de Aragón como Casanova o Casanuevas) correspondería al despoblado que menciona Ignacio de Asso en su Historia de la Economía política de Aragón de 1798 que tuvo como nombre Casanova y que fue una población que quedó desierta ya en la Edad Media, probablemente a causa de alguna epidemia de peste o similar, tan frecuentes entonces, situada entre Ena y Botaya.
Con el nombre de Casanueva aparece en 1187 en el llamado Voto de San Indalecio, como uno de los pueblos firmantes de dicho Voto, con el número 177 de los 236 pueblos adheridos a la antigua y solemne romería que desde esa fecha se celebra la comarca de la Jacetania en el monasterio de San Juan de la Peña.
El fraile Mateo Sumán, siempre tan preciso, dice lo siguiente en su Diccionario Geográfico del Reino de Aragón. Partido de las Cinco Villas de 1802: Casanueva. Hay una pardina de este nombre no lejos del lugar de Paternuei ; es de San Juan de la Peña. Hubo lugar, que el privilegio Ob honorem del rey D. Sancho Ramírez llama Casanova y anexa su iglesia a dicho monasterio en el año 1090. La escritura del voto a San Indalecio da a este pueblo el de Casanueva año 1187. Se ignora cuando se destruyó.
El fraile Sumán, parece que se apunta a las tesis de los benedictinos reclamantes y anticipa en 1802 lo que pudo ser el resultado del pleito. Hoy en día, no queda rastro de dicha pardina y no aparece en ninguna de las relaciones de las mismas que desde los Ubieto han recopilado distintos historiadores.
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| Una pardina. Imagen con IA |
En cuanto al caballero cheso, no conocemos su nombre que constará en los documentos del pleito y que si alguna vez aparecen o tengo constancia del mismo, daré a conocer. Lo que es evidente es que se trataba de un miembro de la baja nobleza aragonesa, que previa condición de infanzón, había ascendido en el escalafón hasta ser nombrado caballero. Y sería de grandes posibles, teniendo en cuanta la personalidad del abogado que se había buscado para la defensa de sus intereses:
Pedro de Silves y Monteagudo, nacido en 1756 en Cadrete (Zaragoza) fue diputado por Aragón en las Cortes en dos ocasiones, fiscal de Audiencia, Magistrado del Tribunal Supremo y Miembro de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Fallecido en Madrid en 1823.
El historiador jesuíta, Juan Francisco Masdeu nació en Palermo en 1744 en el seno de una familia catalana que estaba al servicio de Carlos III cuando era rey de las Dos Sicilias y residió en Italia casi toda su vida. Fue profesor en varios seminarios y estudió derecho en la Universidad de Bolonia. Entre sus obras destacan los 20 volúmenes de la Historia crítica de España y de su cultura, obra que la Inquisición puso en 1826 en el Índice de libros prohibidos. Masdeu había fallecido en Valencia en 1817. En el tema que nos ocupa, ya se había referido en su obra a las varias falsificaciones de documentos que constaban en el Archivo de San Juan de la Peña, práctica común de la iglesia católica para justificar o apropiarse de distintos bienes o propiedades. Hoy le llaman inmatriculaciones.




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